miércoles, 5 de agosto de 2015

LOS SEPULTUREROS



Escavaron muy profundo hasta dar con sus huesos. Una tarea rutinaria en la vida de aquellos hombres, que por muy poco dinero, olvidan historias, amores y todo aquello que contemple la haber sido. 
Quitaron sus gorros y con ellos, secaron el sudor amargo de frentes ceñidas y asoleadas. Removieron con la pala y sin cuidado alguno, la blanca osamenta de la bella dama. En la piedra partida de la sepultura, la gracia de una sonrisa traspasaba la quietud de los verdes cipreses y volaba como vuelan las mariposas, un segundo antes de la muerte. 
Nadie sabía quien era, tan bonita y olvidada. Sin guantes, inclinados sobre la tierra fresca, juntaron uno a uno sus huesos, para depositarlos en la urna de madera, que resonaba con cada caída desmesurada. 



 Los sepultureros, bebieron agua de la canilla más cercana y cargaron el cofre hasta su destino final. Misión cumplida. 

A pocos metros, una caravana de dolientes y extraños, perseguían otro ataúd más, de los tantos en ese día. 


Rita Mercedes Chio