The Witch -la ópera prima del otrora diseñador de producción y hoy convertido en director, el norteamericano Robert Eggers- destaca por encima de cualquier otra película de terror justo porque no parece ser una copia ni de género, ni estilo. En todo caso, esta cinta abreva de la fuente primigenia de toda historia de terror: los cuentos y relatos que nuestros antepasados (en este caso los padres fundadores de Norteamérica) contaban al calor de la fogata y que no eran más que la expresión misma de sus propios miedos.
Incluso, a nivel guion, The Witch es una maravilla: Eggers investigó durante años cartas y juicios acontecidos durante la cacería de brujas de Salem. Los diálogos del filme están escritos en un inglés antiguo y bajo un estricto canon de usos y costumbres puritanas, lo cual imprime a toda la película un ambiente lúgubre.
No obstante el despliegue casi artesanal de su manufactura, el anclaje que nos ata al miedo son las actuaciones. Todos, desde el padre, su esposa (Ellie Greinger ex Game of Thrones), los molestos y perturbadores gemelos y, por supuesto, Thomasin contagian el desasosiego, la incertidumbre, el miedo a la nada que los rodea.
Todos los personajes parecen atados a la culpa y a cierto vicio (la mirada lasciva del niño hacia el pecho de su hermana) pero es la debutante Anya Taylor-Joy quien ejecuta el papel más interesante de todos, una mujer independiente pero vulnerable en una época en que el mero concepto era simplemente incomprensible.