viernes, 6 de mayo de 2016

FOTO EDICIONES- BELLEZA OSCURA

















Moscas verdes

Siempre me agradaron los insectos. En mis últimas visitas a mi abuelo paterno, luego del largo viaje de su segunda esposa, hacia el norte, pude advertir la presencia de algunas moscas muy llamativas, ruidosas y de acentuados colores tornasolados. A mi parecer, bellos ejemplares que nunca había conocido.
                                       


El abuelo estaba solo, con la casa en desorden, los platos sucios, el patio sin barrer...Y cada tanto me parecía justo ir a darle una mano con los quehaceres. Caminaba lento, encorvado, desprolijo. 
Una vez limpia la casa, la gran mosca verde, seguía allí revoloteando en cercanías del pozo de agua. Y en poco tiempo, ya no era una sola y hermosa mosca...se le iban sumando una y otra más, de diferentes tonos, zumbando insistentes en los bordes del aljibe. 
"No uses ese agua" Advirtió reiteradas veces. "Han caído muchas hojas en ese pozo y debo limpiarlo" 
Fue entonces, que preferí no esperar el regreso de mi abuelastra y colaborar con el caso, en un momento que se retiró a descansar sobre el vetusto sillón que yacía frente a la salamandra encendida. Lo vi dormido, agotado, dejando caer de sus reumáticas manos un cigarrillo armado por él. 
El encanto del otoño y los olores de las hojas secas quemadas, el crujido de las ramas bajo mis pies, el canto lejano de las palomas...Un escenario mágico de colores ocres y rojizos, para mi corazón fantasioso. 
De punta de pies, con cierto esfuerzo, me asomé en la boca del aljibe, por donde asomaban algunos helechos silvestres, gramilla y varios brotes de malezas. El agua estaba quieta, reflejando el azul del cielo con algo más que hojas flotando. Las moscas, junto a mí, se adentraban más de lo habitual hasta casi rozar el agua. Fijé la vista en uno de los costados y con espanto y náuseas, una mano hinchada a punto de reventar, afloraba azulada, amarilla y putrefacta. La mano de María. La mano que no viajó a ninguna parte, que con olor rancio, atraía los insectos, delatores inocentes de una tragedia, de un secreto mortal, de un crimen inesperado.   
Salí desesperada en busca de mi padre. Y junto a mi padre, la policía y algunos vecinos. 
Cuando entraron en la casa, mi abuelo no despertaba. No despertó nunca. 
Me apartaron de la escena y aún luego de muchos, muchos años, nunca se supo más que las conjeturas de aquel espantoso caso. 
La casa sigue abandonada. Fueron enterrados juntos, pero nadie, nunca jamás, visitó sus tumbas. Ya no me agradan más las ruidosas moscas verdes.


Rita Mercedes Chio