En tanto la niña estaba en el hospital a la espera de ser sanada, sus familiares aguardaban noticias en la casa, junto a sus hermanos mayores y algunos vecinos más allegados.
Sus padres junto a ella y los médicos tratando de calmarlos.
La fiebre no bajaba y las convulsiones se reiteraban cada dos o tres horas, pese al esfuerzo de los profesionales.
En la casa, mientras tanto, en extrema tensión y angustia, cada uno de los presentes, oraba, encendían velas, besaban las cruces de sus rosarios.
La muy anciana abuela, mujer de campo, retraída y de pocas palabras, hacía su propio ritual, heredado de sus ancestros. Tomó algunas pertenencias de la niña y las depositó sobre una mesa. De pie, inmóvil, casi sin respirar, clavó sus ojos en ellas y entrelazó las manos. Y así por un lapso de 7 horas. Horas que parecieron días, semanas, meses...
Ante la sorpresa de los allí presentes, a media noche, la antigua muñeca de porcelana, se vio iluminada de manera intermitente y al unísono gritaron de terror.
La anciana giró su cabeza hacia las personas y dejó caer una larga y oscura lágrima. Todos estaban asustados esperando una palabra ante lo que estaba sucediendo.
- Ella ha partido" - Manifestó la mujer.
A los pocos segundos, la muñeca transmisora de la muerte, quedó a oscuras, apenas iluminada por algunos cirios encendidos.
Rita Mercedes Chio