Mi corcel azabache,
hueco, crujiente
sin pisar el suelo
no se detiene.
Enhebra relinchos
aullidos y llanto
y en el campo santo
caducadas flores,
prefiere.
Hedor a huesos mohosos
carne que busca ser tierra
en la mueca macabra
de una calavera,
la eternidad pone el pecho
sobre una cruz de madera.
En el valle de la muerte,
nieve azul y alas negras
el mármol olvida los nombres
que alguna vez, luciera.
Y me aferro al destino
de aquel que sabio aguarda
tocar mi rostro vacío
acompañándome en la marcha.
Tan solos estamos juntos
cabalgando hacia la nada
los sueños que hubieron ayer
son el límite del mañana.
Galopo sobre la vida
lomo frágil, piel de escacha...
Rita Mercedes Chio
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