Oh, Madre, abre la amplia ventana
Y deja que entre el día;
Oscuras se tornan las colinas
Y los pensamientos comienzan a nadar.
Madre querida, toma mi joven hijo,
(Ya que de tí he nacido)
Y cuida todos sus pequeños caminos
Hazlo sabio sobre tu falda.
Lava mis manos luctuosas
Y luego ata mis pies;
Mi cuerpo ya no puede descansar
Fuera de su sábana tortuosa.
Toma el brote de un árbol joven
Y verde hierba recién segada,
Déjalos sobre ésta lóbrega cama
Para que mi dolor no se sepa.
Encuentra tres bayas rojas
Y arráncalas del tallo,
Quémalos al canto del gallo
Para que mi alma no regrese.
Cuando caigan las gruesas lágrimas,
(Y caerán, Dios lo sabe)
Díle que que morí de un gran amor
Y que mi corazón ha muerto alegre.
Cuando el sol se haya puesto
Y la hierba ondule en tu regazo,
Arrástrame en el frágil ocaso
Y ocúltame entre las tumbas.
Elizabeth Siddal (1829-1862)