Puedo oler tu miedo. Agrio recurso de la mente aterrada, adrenalina que estimula la espesa saliva de los roedores. Sabes a rancio, a piel sudada, a metal oxidado. Y yo gozo como un ave de rapiña, clavando sus garras en la piel de un cachorro.
Tienes tanto, tanto miedo, que tus músculos están congelados. Tu sangre serpentea dentro de tus ojos, desorbitados, púrpuras, secos y sin lágrimas.
Delante de ti, solo mi sombra, amplia, generosa y con el mismo hambre de una larva recién nacida.
No puedes huir, no puedes gritar, no puedes deshacerte de mí. El diario de mañana, acaba de anunciar tu muerte.
Rita Mercedes Chio