En la noche de fin de año, decidieron sin dudarlo un segundo, volver a vacacionar todos juntos, en familia, en la posada "Celestial", a la vera del lago "Mayorga". Según Mauro, esta vez no perdería su filmadora y sí llevarían los celulares, aunque la consigna anterior, había sido alejarse por completo de toda tecnología.
Este 4 de febrero de 2015, los Benítez y su perro, embriagados de alegría y buenos recuerdos, emprendieron el viaje hacia el sur. Un largo y atractivo viaje, donde los paisajes no escatimaban variedades para maravillarlos.
La música a tope, la baulera repleta, María, su esposa, Lucía, la única hija y Tomy...un callejero inquieto y amigable. A la gran aventura entre las montañas, el bosque, aguas cristalinas y el canto de las aves.
Luego de 12 horas de conducir, cargó nafta por tercera vez, en lo que serían las proximidades de la posada.
Estaba atardeciendo. El sol insistía entre las copas de los árboles, reflejando tonos rojizos sobre sus rostros felices.
Aminoró la marcha, atento y listo para el arribo. El hotel no aparecía ni en los carteles indicadores. Se detuvo, volvieron a mirar el mapa de ruta y algo confundido, propuso regresar un par de kilómetros.
- Debería ser por aquí, justo aquí, donde está la cruz de madera - María asintió sin dejar de mirar de un lado para el otro. La niña dormía y perro también.
Por más de media hora recorrió ida y vuelta el mismo camino. Perplejo, asustado, decidió regresar a la estación de servicios.
Una vez allí, con cierto nerviosismo, se acerca al encargado...Un hombre anciano de sonrisa fácil y ojos color cielo.
- "La Posada Celestial", buscamos la posada y no dimos con ella -
El hombre mayor se hizo para atrás frunciendo el ceño.
- La Celestial me ha dicho?
- Sí claro...el año pasado estuvimos en ella y a menos que haya errado el camino...
- Disculpe joven...está seguro Ud que busca ese lugar? No será otro nombre parecido?
- No amigo...Una posada de madera, estilo alpino, la entrada de alerces, estanques, carruajes antiguos y Doña Regina, la dueña junto a sus dos hijos, Alfred y Hanna.
El anciano se tomó la cabeza con las dos manos. Transpirando, murmurando, tomó a los viajeros del brazo y los sentó a una mesa añosa y despintada.
- Deben estar confundidos amigos. Por Dios! qué está pasando aquí!...Esa posada desapareció junto sus moradores, en un incendio en 1925. Yo no había nacido aún.
- Pero es que la temporada pasada estuvimos dos semanas en ella. Doña Regina nos regaló este perro que hoy nos acompaña.
Hubo un silencio macabro. La luz del farol era débil, blanquecina. El anciano inmóvil y conmovido...Los viajantes se miraban entre sí aterrados, descolocados ante esta revelación.
- La cruz de madera es lo que queda en su memoria - Explicó en encargado - Todos murieron, incluidos los animales. Regrese señor, regrese o busque otro lugar. Esto es una pesadilla! - (Sin dejar de persignarse una y otra vez)
Mauro y su familia, atónitos, desencajados, emprendieron el regreso. El perro no quiso subir al auto y se perdió en el bosque. La niña lloraba desconsolada. Todo era caos en medio de la oscuridad.
No hablaron entre sí. Solo recordaban aquellas manos blancas que les servían delicias, la risa de Hanna cuando ambos cabalgaban, la destreza de Alfred nadando en el lago. El fuego en el hogar, las palomas blancas del jardín, las sábanas de lino bordadas a mano y oliendo a violetas.
La muerte había logrado traspasar el tiempo, el olvido, la dimensión desconocida entre la vida terrenal y la celestial. Hubieron disfrutado las mejores vacaciones de sus vidas, acompañados y agasajados por fantasmas, almas que se negaban a abandonar aquello que amaron en medio de un paisaje, aparentemente, de otro mundo.
El miedo fue disminuyendo a medida que se alejaban, pero el anciano de la estación de servicio, falleció del susto, a la hora exacta en que se marcharon.
(Todos los nombres han sido cambiados)
Febrero de 2015
Argentina
Rita Mercedes Chio