Continuación de: "Pactando con un espíritu"
La misteriosa historia de Egon Komar, continúa.
Una historia que solo yo he vivido en 1975, en plena ciudad de Buenos Aires.
Aquellos episodios en los que el ex sacerdote Húngaro, solía descompensarse y era asistido únicamente por mí, fueron incrementando, irremediablemente hasta llegar a su fin. Un triste final que no puedo evitarse, que entre llanto y desconsuelo, lo aferró más que nunca a mi presencia, al temor por lo desconocido, a repetir incesantemente la palabra: Omega. (En su idioma, el símbolo de la hora final).
Egon falleció en el hospital al que siempre acudimos, en una mísera camilla de emergencias, agradecido de poder sostener mi mano. Busqué en la guía telefónica un supuesto pariente lejano que siempre mencionaba y luego de despedirme de su esmirriado cuerpo, regresé a la vieja casa que compartíamos, con la idea de mudarme lo más pronto posible.
A las dos noches siguiente de su deceso, diría que de madrugada, regreso de mis habituales salidas nocturnas y oh sorpresa! Al ingresar en su apartamento, veo en la banderola de su cuarto cerrado con llave por mí, (Llave que entregué en mano a su sobrino lejano) el resplandor de un televisor encendido. No había manera de poder comprobarlo si no me trepaba a una silla. Antes de hacerlo, con mucho pesar, bajé al piso tercero y tuve que despertar a una pareja de cantantes de ópera, para que fueran testigos de la situación.
Y así resultó. Su televisor estaba encendido, muy a pesar de que él ya no estaba entre nosotros. No sentí temor. Volvimos a mirar. Don Egon (Eugenio) tenía sobre la cama de dos plazas un cable, una extensión con una perilla para encenderlo, sin necesidad de mover su cansado cuerpo. El matrimonio se fue aterrado y quedé a solas con aquello inexplicable. Insisto, no sentí temor alguno...Dios sabía lo buena persona que había sido el anciano. A eso de las 7 de la mañana, su voz...Otra vez su gastada llamándome como antes de morir. Oré por él, hablé con él, le prometí no olvidarlo nunca. El televisor estaba apagado, solo retumbaba en la casa, aquel llamado desesperado que me acompañó más de un año conviviendo en su casa.
A las pocas semanas ya me había mudado a otro barrio, muy lejos de ahí.
Triste y agradecida a la vida haberlo conocido, siempre lo nombro. Sé que está junto a Irina y que solo quiso darme las últimas señales de su alma bondadosa. No le temo a los muertos. Ellos saben como hacer para conectarse conmigo.
Hasta siempre querido Egon! Descansa en paz!
Rita Mercedes Chio
La misteriosa historia de Egon Komar, continúa.
Una historia que solo yo he vivido en 1975, en plena ciudad de Buenos Aires.
Aquellos episodios en los que el ex sacerdote Húngaro, solía descompensarse y era asistido únicamente por mí, fueron incrementando, irremediablemente hasta llegar a su fin. Un triste final que no puedo evitarse, que entre llanto y desconsuelo, lo aferró más que nunca a mi presencia, al temor por lo desconocido, a repetir incesantemente la palabra: Omega. (En su idioma, el símbolo de la hora final).
Egon falleció en el hospital al que siempre acudimos, en una mísera camilla de emergencias, agradecido de poder sostener mi mano. Busqué en la guía telefónica un supuesto pariente lejano que siempre mencionaba y luego de despedirme de su esmirriado cuerpo, regresé a la vieja casa que compartíamos, con la idea de mudarme lo más pronto posible.
A las dos noches siguiente de su deceso, diría que de madrugada, regreso de mis habituales salidas nocturnas y oh sorpresa! Al ingresar en su apartamento, veo en la banderola de su cuarto cerrado con llave por mí, (Llave que entregué en mano a su sobrino lejano) el resplandor de un televisor encendido. No había manera de poder comprobarlo si no me trepaba a una silla. Antes de hacerlo, con mucho pesar, bajé al piso tercero y tuve que despertar a una pareja de cantantes de ópera, para que fueran testigos de la situación.
Y así resultó. Su televisor estaba encendido, muy a pesar de que él ya no estaba entre nosotros. No sentí temor. Volvimos a mirar. Don Egon (Eugenio) tenía sobre la cama de dos plazas un cable, una extensión con una perilla para encenderlo, sin necesidad de mover su cansado cuerpo. El matrimonio se fue aterrado y quedé a solas con aquello inexplicable. Insisto, no sentí temor alguno...Dios sabía lo buena persona que había sido el anciano. A eso de las 7 de la mañana, su voz...Otra vez su gastada llamándome como antes de morir. Oré por él, hablé con él, le prometí no olvidarlo nunca. El televisor estaba apagado, solo retumbaba en la casa, aquel llamado desesperado que me acompañó más de un año conviviendo en su casa.
A las pocas semanas ya me había mudado a otro barrio, muy lejos de ahí.
Triste y agradecida a la vida haberlo conocido, siempre lo nombro. Sé que está junto a Irina y que solo quiso darme las últimas señales de su alma bondadosa. No le temo a los muertos. Ellos saben como hacer para conectarse conmigo.
Hasta siempre querido Egon! Descansa en paz!
Rita Mercedes Chio