En una casa a 2km en las afueras del pueblo, ya en medio de una zona rural, cada noche de tormenta, hay quienes aun continúan viéndola caminar casi siempre de espaldas al espectador, lenta, apenas distinguible. De todos modos, su silueta refleja juventud aunque la vestimenta, sugiere tiempos remotos.
Cada uno de los habitantes, intenta encontrarle una explicación, un parentesco o una historia.
La persona que sí sabía de qué se trataba todo esto, ya no está en el mundo de los vivos. Es ahí que nos quedan vagas respuestas sobre la misteriosa dama de la oscuridad.
El último y más coherente relato sobre su existencia, me la dio mi abuela, en el año 1969, poco antes que la perdiera para siempre.
Cuenta la leyenda que María Dolores Ayala, una viuda madre con 4 hijos pequeños, decidió pasar un día de campo en familia, en las cercanías de la vieja estancia Ancaloo, al sur de la Pcia de Santa Fe, propiedad de los Herrázuriz - Alvear, una tarde nublada de domingo, en el año 1922. Llegado el atardecer, una implacable tormenta de viento y granizo, se desató con furia sobre los campos florecientes del verano. Copiosas coníferas retorcían sus ramas y esparcían el fuerte aroma de la resina. Relámpagos que iluminaban azules, estrechos senderos de tierra, algunos que conducían directamente a la bellísima laguna de aguas oscuras, barrancos endebles y mediana profundidad. Dos de los niños cayeron en ella. Truenos y rayos que opacaron sus gritos aterrados. La madre solo puedo encontrar a los otros niños con vida y debió esperar hasta el amanecer, para continuar su búsqueda. Dos moradores de la estancia la hallaron con las primeras luces del día. Llevaron a las criaturas a un refugio de la estancia , pero la madre se negó a dejar el lugar de la tragedia. Una vez avisada la policía más cercana, a media mañana, regresaron por la mujer que ya no estaba. Retiraron los dos pequeños cuerpos del agua, pero no se pudo dar con el paradero de María Dolores.
De ahí en más, estas apariciones, han sido cada vez más frecuentes y cada vez más rebosantes de misterio y creencias que paseaban de boca en boca, con temor, con incredulidad, en algunos casos, con testigos de muy creíbles (Entre ellos mi abuela Poli, que vivía exactamente a pocos metros de ahí, en la casa de los parqueros y fue quien presenció la mayoría de aquellos momentos angustiantes, que aun desvelan a los pobladores) Por supuesto, la versión de mi abuela, es la más firme.
Rita Mercedes Chio