Raphael Moore era el dueño de dos productivas caballerizas al este del Condado de Kansas. Viudo, sin hijos, su único contacto con el mundo social, eran las reuniones semestrales que realizaba en su rancho, para definir la venta o compra de caballos. Avaro, malhumorado, de pocas palabras, ofrecía muy mal trato a sus empleados y rara vez frecuentaba la cantina. A decir verdad no era demasiado conocido, más allá de sus excelentes sementales de pura sangre.
Nunca usó los servicios del Banco local y nadie comprendía como hacía con sus ahorros o el manejo del dinero; pero el anciano Raph había encontrado una extraña solución para ello.
El viejo y abandonado cementerio de esclavos que yacía atravesando el bosque lindero a su casa, a solo una milla de la entrada a sus parcelas, era el lugar elegido por el extraño hombre para dejar en seguridad, sus caudales.
Cada tanto, entrada la noche, se lo veía ingresar al monte con su camioneta roja, pero no más de eso, como para despertar sospechas entre los lugareños.
Bajo la luz de la luna, azul imperio de las sombras, caminaba sigiloso entre las tumbas rotas, mohosas de aquellos que desde dos siglos, descansaban en merecida paz.
Enredaderas, helechos, ramas, hojas putrefactas, mojaban sus botas. Con un farol en alto, las figuras espectrales del lugar se agigantaban, modificando el gesto de los destruidos ángeles de piedra. Corría la tapa de mármol de la única tumba aun conservada y allí dejaba su bolsa de cuero con el preciado tesoro. Durante dos décadas repitió la travesía con la suerte que nadie lo sospechara. Más un día... no regresó.
Lo buscaron por meses y solo encontraron la roja camioneta en el pequeño camino que dividía el bosque.
El caso quedó en suspenso, casi olvidado. Nadie reclamaba nada.
En 1950 cuando el Estado decidió remover el viejo cementerio para vender las tierras, 40 años luego que Moore hubiese desaparecido, el hallazgo de su cuerpo o huesos en cuclillas, abrazado bolsas abarrotadas de dinero, fue el nacimiento de cientos de leyendas, hipótesis, historias de horror, venganza y misterio. Quién pudo haber encerrado al hombre en su propia bóveda de caudales?
Cuentan que un hombre negro, desde entonces, merodea por las noches las calles de la zona, vestido con exquisita elegancia y pesadas joyas de oro, pero nadie, nadie ha podido hablar con él, desaparece sonriente y sin voltear.
Rita Mercedes Chio
D. Reservados - Argentina