_ ¡Maestra, maestra Frandina, ¿Dónde está?, conteste!
No pudo ver a la maestra ni a ninguno de sus compañeritos, ni a nadie que le dijera a donde se habían ido todos, corrió hasta la puerta principal que encontró cerrada, caminó por los pasillos y solo podía escuchar el taconeo agudo de sus zapatitos sobre las viejas cerámicas de la gran casa solitaria. Pasaron algunos angustiosos minutos hasta que pudo ver al final de un pasillo a una monjita blanca, muy joven y bonita, corrió hacia ella y abrazándola le dijo:
_ ¡Hermanita, hermanita, ayúdeme! me han dejado sola y tengo miedo.
La monjita la miró con cariño y agarrándola de la mano le respondió:
_Vamos, no tengas miedo yo te llevaré.
La niña caminó confiada agarradita de la mano. Escuchándose solo el taconeo de sus zapatitos. De repente preguntó:
_ Hermanita ¿Porqué tienes las manos tan frías?
La hermanita respondió:
_Porque estoy muerta.
Gennaro Di Donna