lunes, 6 de julio de 2015

PACTANDO CON UN ESPÍRITU - CASO REAL!


En los años 70, por varias razones que no vienen al caso, tuve que ir a vivir a la casa de un ex sacerdote Húngaro, llegado a la Argentina luego de la segunda guerra mundial. Aquí se había casado con una señora rusa y enviudado, sin hijos, a temprana edad. 
Me ofreció una boardilla de su departamento de la calle Siupacha y Paraguay. 
Egon era el anciano más dulce y honrado que conocí en mi vida. Sabio, amplio, algo desconfiado, pero optimista, respetuoso y amante de la vida sana y simple. 
A los pocos días de estar compartiendo su casa y momentos, con un poco de incomodidad e inseguridad, me confiesa de aquel amor perdido, de su recuerdo permanente, de sus sentimientos aun a flor de piel. A eso le agrega un poco titubeante, que era muy posible que sintiera la presencia de Irina, en algunas ocasiones. Me pidió no temer, hacer de cuenta que nada estaba pasando. 
Y así ocurrió. Irina permanecía al lado de aquel anciano, luego que la muerte los separara 30 años atrás. 
Se encendían las luces, había ruidos en la cocina, la ropa del cordel era quitada cuando nadie lo había hecho y aparecía dobladita sobre una silla en la sala de costura y planchado. En lo que a mí respecta, no hubo temor, no hubo nada que perturbara mi vida en aquella casa. 
El anciano enfermó de gravedad y solía llamarme, dándome tiempo a que durmiera, a las 7 de la mañana para que lo lleve al hospital Fernández. A veces no lo escuchaba y eso lo obligaba a levantarse de la cama para gritar mi nombre al pie de las escaleras. Lo asistía, lo vestía y los trasladaba a emergencias, sin perder un solo segundo. 
Por temor a seguir con la posibilidad de no escucharlo cuando me requería, sin pensarlo dos veces, le pido en oración a Irina que me ayude con el caso. 
A partir de ahí, cuando Egon se desestabilizaba, su voz sonaba dentro de mi pequeño cuarto, como si estuviese a mi lado, a pesar de los 15 metros y dos puertas cerradas que nos separaban. 
El amor eterno, se manifestaba una vez más ante mi credulidad, sin asombros, sin sorpresas, con la infinita magia entre la vida y la muerte. Jamás olvidaré a Egon. Lo llevo dentro de mi corazón y lo pienso todos los días. Irina comprendió mi pedido y a ella le debo la dicha de aquel milagro. 
(Esta historia continúa) 


Rita Mercedes Chio