domingo, 23 de octubre de 2016

ATRACCIÓN POR LO MACABRO


En este post hablaremos sobre esa “atracción fatal” que ejercen sobre nosotros las historias de zombis, de espíritus, de posesiones demoníacas, de muñecas o casas embrujadas.

¿Qué es lo que causa que hagamos clic sobre ese artículo que habla del caso real de El exorcista, o que paremos el zapping al ver una oscura mansión en medio de una tormenta y objetos volando por los aires, o a inocentes huyendo de un loco asesino, escondidos en un cementerio en la madrugada?

La ciencia, como siempre, adelanta explicaciones:

Nos gusta sentir miedo porque la emoción que experimentamos al ver, oír o leer historias de terror es algo que podemos controlar: cerrar los ojos, cerrar el libro, apagar la televisión o salir del cine. El estímulo desaparece, junto con la emoción. Es decisión nuestra seguir.

Sobre todo, es controlable porque sabemos que va a terminar, y cuando termina llega una sensación de alivio que relaja la extrema tensión vivida, y eso causa placer. He allí el truco, el placer.

El miedo estimula la misma zona cerebral del placer y, por ello, al mismo tiempo que sentimos miedo también lo disfrutamos y queremos repetirlo.

Hay estudios que sugieren que el procesamiento de la información recibida es clave para entender el miedo. Las imágenes son captadas por la amígdala, donde procesamos las emociones primitivas, y lo que sentiremos será absolutamente real. Pero al mismo tiempo, el neocórtex también está procesando esa información, la analiza y llega a la conclusión de que la situación de peligro no es verdadera y nuestra vida no está en riesgo, lo que sin duda es satisfactorio.

La adrenalina corre por nuestro cuerpo, igual que si nos lanzamos en paracaídas. Ésta es otra explicación de por qué hasta el 60% de los que ven una película de terror la disfruten, y vuelvan a por otra.

Según Glenn Sparks, científico con más de veinte años de investigaciones sobre el tema (y director asociado de la Escuela de Comunicación Brian Lamb de la Universidad de Purdue, en Indiana), la sensación que perdura después del estímulo es lo que nos tienta. Y, curiosamente, no es la de miedo.
¿Nos gusta o no nos gusta?

El miedo es un fijador de recuerdos. En un porcentaje importante, lo que recordamos luego del estímulo controlado del miedo es el contexto, la compañía, las risas, los comentarios compartidos, aunque después, a solas, revivamos las escenas y el pánico surja al menor ruido… Sobre todo si no hay nadie que nos acompañe.

Las historias de terror funcionan principalmente para no aburrirse. Si sintiéramos un miedo verdadero no iríamos al cine a verlas ni leeríamos relatos que nos asustaran. En palabras de Francisco Claro Izaguirre, profesor de psicobiología de la UNED, de España:

“(…) Lo que producen es cierta fascinación al observar el sufrimiento, el miedo o la muerte desde una posición a salvo.”