lunes, 29 de diciembre de 2014

CINE TERROR - VÍDEO




Pero, cuál es el motivo por el que el público se siente gratificado por el cine de terror. La causa es que se siente atraído por los estímulos emocionales insólitos e intensos. Aunque parezca una perogrullada, el espectador goza de un privilegio porque desde su butaca de cine se siente psicológicamente a salvo y por ello, puede gozar como un voyeur de la crueldad ejercida o que ejercen otras personas (en la pantalla), a sabiendas de que se trata de una fabulación, lo que suprime cualquier sentimiento de culpa o responsabilidad
                                                       
                                               

El intenso horror mostrado en la pantalla tiende a minimizar los problemas menores de la vida real y cumple, al mismo tiempo, una función evasiva. Así, dice Román Gubern que tras contemplar las funciones desplegadas por el monstruo en un universo de espanto, la realidad externa recobra o refuerza su habilidad y su coeficiente de seguridad por el espectador.

Para Leutrat "¿Qué es? y ¿quién es? " son las dos grandes preguntas del miedo. Cuando nos encontramos muy cerca de aquello que produce miedo y no lo vemos, el sentido del oído se agudiza. El mínimo chasquido nos hace imaginar que algo se encuentra merodeando en la oscuridad. Pero, no obstante, para el autor francés, el mayor peligro emana del interior del espectador e incluso, a veces, de la conciencia misma.

Queda claro, pues, que aquello que nos horroriza y nos provoca mayor miedo, no proviene de personajes monstruosos y deformes –que más que miedo en alguna ocasión han provocado risa y en otras, lástima, sino más bien de ese horror psicológico que algunos directores han conseguido implantar magistralmente en la mente del espectador. No nos asusta tanto el monstruo al que vemos en primer plano en la pantalla del cine, sino su sombra. El vampiro ya no nos asusta tanto cuando nos muerde, pero sí cuando sospechamos que nos acecha al final de la escalera que subimos. Y esos pasos o ese extraño sonido que proviene de una puerta cerrada que no nos atrevemos a abrir. Y digo, que como espectadores no nos atrevemos porque ahora somos actores gracias a la identificación que nos provoca la sala oscura.