miércoles, 26 de octubre de 2016

El pozo de Asunta - Leyenda

                     
A medianos de la década del 70, por querer hacer algo diferente, tres niñas amigas decidieron visitar un cementerio indígena de la Pcia de Chaco. Entre broma y broma, para ocultar cierta inquietud y temor, caminaron sigilosas por entre las tumbas abandonadas, ya sin cruces en su mayoría. Flores de plástico, botellas rotas, altos pastizales iban modificando el paisaje original y la decadencia emocional reinante bajo aquel atardecer de marzo. "No nos separemos" dijo la que caminaba último. "Tampoco nos demoremos demasiado", respondió la mayor. Y llegaron, entre risitas nerviosas y empujones, al único pozo de agua, no menos de 20 km a la redonda.
                                      

Estaba seco, añoso, con malezas incrustadas en sus ladrillos. Podía oírse el movimiento de las ratas en su interior. Chillidos agudos y el crujir de pequeñas ramas, armando nidos en la parte más sombría y fresca del fondo.

"Regresemos ya" propuso aterrada una de ellas y comenzó a caminar por el sendero ya hecho. No quería voltear, no quería demorase un solo instante más, en la no tan discreta huida, hacia la vida.

Las chicharras despertaron todas juntas, el viento arremolinaba flores de cardo y un cielo rojizo abrazaba nubes azules, traspasadas por aves inquietas, altas, lejanas.

"Regresemos!" gritaba, mientras sacudía su falda llena de polvo y sus piernas lastimadas por las malezas y espinos. La más pequeña, entre sollozos, le tocó la espalda como para aferrarse a una escapada segura. Pero faltaba una.

"Y dónde está María?" "Qué ha pasado con María?". Llegaron a la calle tan espantadas que un lugareño detuvo su caballo, curioso y asombrado. "Falta María" repetía la niña sin cesar. "Mi amiga no ha regresado".

Una hora más tarde, la poca gente del inhóspito lugar, buscaba afanosamente señales de la niña perdida. A media noche, cuando todo debería ser silencio, los perros enloquecieron, las ovejas balaban, la luna desapareció misteriosamente y solo quedaron antorchas iluminando la boca de aquel pozo, ahora lleno de sangre y carne destrozada.

(Cuenta la leyenda, que un siglo atrás, una joven aborigen, Asunta, murió de hambre y sed en aquel paraje. Cuenta la leyenda, que en los días de mucho calor, su alma en pena, sale en busca de alimento, ganado, animales y/o niños)

El arriero que encontró a las niñas, sonrió cabizbajo y meneó la cabeza. Ese año, no perdería una sola cabra más.






Rita Mercedes Chio
Propiedad intelectual.